El barco de Teseo
Según la leyenda griega, recogida por Plutarco, el rey Teseo partió con su tripulación en un barco en el cual, durante el paso de los años, los marinos fueron reparando y sustituyendo sus tablas aquí y allá. A la vuelta de su viaje no había ni una sola madera del barco que no hubiera sido reemplazada. Y he aquí el dilema. ¿Es este barco que toma puerto el mismo que partió? ¿Qué hace que reconozcamos las cosas como son? Hubo quien se puso aún más intenso y pensó: si las tablas remplazadas se conservasen, y un tiempo después se reconstruyera el barco, ¿cuál de los dos sería el original, si es que hay alguno que lo sea?
Usted estará pensando, ¿qué tiene que ver esto con nada? ¿Verdad? Pues tiene que ver con todo. Está relacionado con el valor de las cosas. Con su valor físico, artístico, formal, o por su autoría. Pero, principalmente, está relacionado con nosotros. Porque si de algo habla Plutarco es de cómo nosotros valoramos las cosas. En qué aspectos nos fijamos para la conservación de un bien material y, sobretodo, en nuestra dificultad humana para entender que las cosas no son eternas. Y de que, en muchas ocasiones, para conservar algo, primero otro algo debe desaparecer.
Esta paradoja es uno de los problemas filosóficos más antiguos que existen, y al cual se ha intentado dar respuesta en numerosas ocasiones desde la filosofía. Es un asunto que no pasa desapercibido para arquitectos, arqueólogos, urbanistas y cualquier otra profesión que intervenga en el patrimonio. Este aspecto genera discusión en cada uno de los proyectos, y nos enfrentamos a él cada vez que queremos re-habitar ciudades o edificios. Incluso en jardines. Nunca es tarea fácil, y no siempre tiene solución, pero lo que sí puedo asegurar es que si no se hubieran sustituido sus tablas, Teseo jamás habría regresado de su viaje.
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