Los garbanzos
A veces está bien saber de donde venimos para no perder el rumbo de hacia donde vamos.
Mi padre decía que él no se había desarrollado de adolescente hasta que no se hartó de comer garbanzos, quizás por eso, en los calurosos días de verano de esta tierra, me animaba a coger un cubo e ir a espigar a alguna de las suertes donde ya habían recogido las gavillas tras la siega y allí estaba yo, rindiendo homenaje a tan ilustre legumbre, la que llenó el estómago de la generación de la postguerra y el de sus hijos.
Recuerdo que por cada cubo de vainas, una vez pisados y limpios salían aproximadamente entre dos o tres kilos de garbanzos, los suficientes para poner unos cuantos cocidos.
La elaboración del un buen cocido tiene su aquel, no sirve el socorrido dicho de que si echas mucho crudo, sale mucho cocido, no. Es toda una ceremonia que en los pueblos conocen bien y antes del invento de la olla exprés se realizaba cumpliendo todos sus preceptos.
Mi madre, que era de comprarles “pal’año”, preguntaba en que terreno se habían criado, pues dependiendo si era más fuerte o más débil, salían más ásperos o más suaves. Lo mismo ocurría con el agua para su cocción, el mejor era el agua de lluvia tras un largo reposo en un cántaro o pequeña tinaja de barro, toda vez que al no contener minerales ablandaba la legumbre. Que decir de su cocción, el chus, chus, en un puchero de barro a las ascuas de una lumbre de paja, teniendo al lado otro puchero para añadir de vez en cuando un poquito de agua.
El cocido se ponía a primera hora de la mañana y no se quitaba hasta la una, que como éramos muy bien mandados era la hora de comer. Media hora antes se echaba la patata, y si ese día había un poco de suerte, el chorizo y la morcilla que previamente había cocido, por aquello de desengrasar.
Así teníamos el primero; la sopa de pan, el segundo; los garbanzos y la carne y pringue; hueso de espinazo, algo de ave de corral, tocino, chorizo, morcilla y alguna que otra vez un relleno. La generosidad del cocido y de los garbanzos era tan amplia que por la noche los podías volver a degustar en forma de “ropa vieja”, esa que te pones cuando dentro de la pobreza no tienes otra cosa.
Es decir que mucho se habló del “pelagón” la primera leche infantil producida por Nestlé, pero quien realmente salvó a la mísera España de la postguerra fue el humilde garbanzo que bien merecería un monumento en calles y plazas de muchos pueblos.
Hace unos años una persona bastante mayor con la sabiduría que la edad encierra, hablando de los inmigrantes que llegan a nuestras costas en búsqueda de una mejor vida, me dijo: “No te líes en pensar tanto, toda la historia de la humanidad se resume en ir siempre detrás de los garbanzos”. Lo primero que pensé es que a ese hombre también le salvaron los garbanzos y les incorporó a su léxico como metáfora de perseguir un desarrollo personal y de proyecto de vida.
Hoy son muchos los que viene a nuestro país a ganarse los garbanzos, con la misma humildad que se cuece un simple cocido deberíamos pensar que antes de curas, también nosotros fuimos frailes.
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