Veraneantes

Veraneantes
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Recuerdo cuando era pequeño que finalizadas las clases allá por mediados de junio estábamos esperando la llegada de los veraneantes y sus hijos, nuestros amigos, al pueblo.

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Por aquel entonces el veranear en el pueblo era muy diferente a estos tiempos. Primeramente las estancias de los que nos visitaban eran más largas. Muchos trabajadores se cogían el mes de vacaciones de un tirón y allí estaba la casa de la abuela para veranear.

Por otra parte, lo que aportaban los pueblos a los visitantes era algo muy sencillo: paseos por las carreteras; granizados de limón en las terrazas; un cine de verano, los baños en los ríos-aunque parezca mentira antes nos podíamos bañar en los ríos-;  alguna que otra merienda al frescor de los mismos;  las típicas charlas al fresco o las fiestas del pueblo propio y de los vecinos, donde con unos presupuestos municipales muy justitos, se anteponía la imaginación al desembolso económico.

También la gente de esa época era más conformista o menos exigente, ni había tributos musicales, ni festivales, ni grupos en escenarios de trailers, ni fiestas de la espuma y menos una masterclass de reguetón, bastaba con una orquesta bien apañadita de la zona y canciones de la época.

Como ha cambiado la cosa. Hoy en día los ayuntamientos se esfuerzan sobre manera para que los veraneantes llenen los pueblos y prolonguen al máximo sus estancias. Está claro que de la necesidad nace la virtud.

Así los pueblos ven una oportunidad de reafirmarse como un buen destino de vacaciones y descanso, lo que propicia que se pongan las pilas todos los veranos y que sus ofertas deportivas, culturales y de ocio no tengan otro sentido que mantener a la parroquia entretenida, durante el mayor tiempo posible y que los visitantes se lleven un buen sabor de boca para volver a repetir.

Da gusto ver las calles o plazas llenas de gente, da gusto ver a los pueblos con vida. En mucho de ellos se vuelve a oír el griterío y la alegría de niños y jóvenes, una música que durante muchos meses del año está ausente, pues la despoblación les deja mudos y tristes.

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Por eso el esfuerzo de los municipios en mantener actividades durante todo el verano, no solo redunda en beneficio de los negocios de los municipios, también en el bienestar de sus vecinos rompiendo con su rutina diaria y como si de una cascada de agua fuera, llenándoles de vida.

Los hijos de los que ahora nos visitan serán los que años más tarde nos visiten con sus hijos, creando así un sentido de pertenencia de esos niños y jóvenes hacia el lugar, pues pocas hay más bonitas que sentir como tuyo el pueblo de tus mayores, hayas nacido donde hayas nacido.

Ahora que muchos de esos veraneantes ya están de vuelta a sus hogares y los pueblos se van quedando vacíos y volviendo a la normalidad y tranquilidad habitual, es hora de hacer balance, de ver que se puede mejorar y analizar la forma de que esa permanencia veraniega se pudiera repetir a los largo de muchas otras épocas del año.

Queda en manos de ayuntamientos, diputación y comunidad hacer que los pueblos estén vivos culturalmente durante todo el año y que inciten a su visita en épocas menos propicias para el divertimiento callejero, convirtiéndoles en sitios de asueto y relax tras las duras y estresantes semanas laborales de la ciudad.

Las administraciones supramunicipales son las que han de dotar a los municipios de los medios para que todo el año se convierta en el sueño de una noche de verano.

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