Chucholandia

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Tenía mi tío Marceliano una galga que era todo un tesoro. Saltaba las tapias del corral día sí y día también y la mayoría de las veces le traía la cena a casa. Eso sí era servicio a domicilio y no el de Glovo.

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Era tal la afición de la perra por llevar las liebres a casa que un día próximo a la Navidad apareció la galga con una liebre apiolada entre sus fauces. Muy probablemente la perra arrebató la pieza en alguna casa donde esperaban degustarla por Nochebuena. Tuvo mi tío muchos compradores interesados en la perra, pero ante tal despliegue de virtudes se quedó en casa.

Como han cambiado los tiempos. Antes la tenencia de un perro era principalmente para ayudas a la casa: bien ayudaba a su dueño al pastoreo; en la caza; para la guarda de propiedades, etc., y de forma secundaria le hacía compañía en muchos momentos.

También no hace tanto se cometían verdaderas barbaridades contra los animales en general y los perros en particular, desde los malos tratos hasta la muerte.

De tal forma que no era extraño pasear por los olivares y encontrarte algún can ahorcado o ver en un basurero una camada de cachorros muertos.

Está claro que la concienciación sobre la protección animal nos convierte sociedades más humanas y desarrolladas y así han surgido leyes para su protección, unas más acertadas que otras. En las últimas décadas han proliferado los animales de compañía, donde la predilección por los perros les ha convertido es el animal preferido de las familias.

Tal es así, que he llegado a la conclusión de que hoy en día no eres nadie si no tienes perro. El perro te ayuda a socializar, sobre todo en el parque. Te echas un perro y ese vecino que ni te miraba cuando sacaba a su perro de paseo, ahora en la confluencia perruna mantienes interminables conversaciones con él. Y claro no vamos a comparar hablar del perrito con el vecino que departir con él sobre la situación económica o los males que acechan al mundo, ni mucho menos.

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He constatado que hay perreros que saben más de los perros de los vecinos que de las vicisitudes de los miembros de su familia.

El humano ha descubierto en el perro el compañero ideal. El can es todo oídos, con él te puedes desahogar y el animal ni rechista, más bien asienta y siempre te da la razón. He visto a perreros mantener conversaciones con sus perros que para sí las querría en las mejores tertulias. Creo que incluso les piden opinión sobre donde ir de vacaciones o donde salir a cenar la noche del sábado.

Por lo cual tener un perro es verdaderamente reconfortante. En mi observación sobre el fenómeno actual del perro de compañía encuentro algún que otro problema. El primero es cuando se humaniza al animal y se le pone por encima de las personas. Por mucho cariño que les podamos tener, un perro siempre será un perro y quien no lo vea así entonces tiene un grave problema.

Otra cuestión surge cuando se prefiere tener perros a tener hijos. Dentro de poco habrá ciudades en las que entre las parejas fértiles habrá más perros que niños, lo que ocasionará una distorsión tanto social como económica, que nace de la propia concienciación social que ha llevado a considerar al perro como un miembro de la familia, cuando en realidad es un complemento para la familia.

Si asumimos que una mascota, en este caso un perro, es un miembro familiar, también debería ser un sujeto impositivo a la hora de pagar impuestos, pero eso de momento no interesa, pues aunque aún no les han dado derecho a voto, su propietario si lo ejercen.

Somos un país de bandazos, de modas y de coger el rábano por la hojas, los perros están ocupando un amplio espacio que la sociedad ha dado a los animales de compañía, pero reservemos uno aún mayor a el cariño, la caricia, el achuchón, el beso o la lágrima tras una despedida a los humanos, a los más cercanos, esos a los que tenemos tan cerca que muchas veces ni siquiera vemos o, peor, no queremos ver.

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