Otra vez La Alameda

Otra vez La Alameda
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Hace poco se conmemoraba el 25 aniversario del Guggenheim en Bilbao y se puso de manifiesto la tremenda contestación y oposición ciudadana que supuso aquel proyecto que transformó una ciudad gris y degradada en una de las más pujantes, racionales y bellas de España.

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Por mi parte no pude dejar de acordarme de nuestra vieja Alameda, aquella llena de maleza, chopos que lo llenaban todo de pelusa y mucha, mucha suciedad.

En los ochenta, un alcalde con visión y determinación decidió eliminar aquel foco de enfermedad y de porquería y convertirlo en el parque fantástico que hoy conocemos.

De hecho, muchos conocen al parque de La Alameda como 'Tellolandia', por el apellido de aquel alcalde al que me honré tener como amigo. Seguramente su determinación supuso en parte que perdiera la alcaldía tras las elecciones de 1987, pero su legado está ahí y hoy nadie osaría decir que fue un desastre ni un atentado contra la naturaleza o la memoria o la tradición como ahora se vuelve a oír.

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Sí, entonces la única diferencia es que no había redes sociales en las que todo el mundo opina, pero sí había eruditos, expertos en botánica, jardinería, ingenieros forestales, urbanistas y como no, profesionales del patrimonio heredado.

En estas cuestiones el problema no es que la gente opine, que es algo que defiendo y que me parece absolutamente necesario. El problema son los que se erigen en salvadores de todo, se autoproclaman adalides de la causa y dan lecciones de lo humano y lo divino y con ello embaucan a mucha gente de bien, que llevados por discursos tan vacíos como peligrosos, hacen de coro y se lanzan a despotricar, insultar y despreciar todo lo que no vaya en la línea marcada por esos prebostes del desatino y del jetismo.

Hay expertos en nuestra ciudad, de esos de taberna y mano en postura egipcia, que llevan demasiado tiempo engañando a la gente. Que ponen la voz en el cielo hasta que bajo cuerda les dan una obra por aquí, una charleta remunerada por allá y así ir manteniendo un aura de intelectual que no tiene más sustancia que la de rodearse de la mediocridad más epatante.

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Pero me interesa más recordar que la remodelación de los Jardines del Prado cuenta con todos los parabienes de los técnicos  y expertos de verdad que lo han supervisado y aprobado. Que ese proyecto ha pasado por la comisión del Plan Especial de la Villa, que se ha presentado a la federación de vecinos, al Consejo Local de Medio Ambiente, e incluso hubo una presentación pública en el centro Rafael Morales donde asistieron, muy calladitos, eso sí, algunos de los que ahora vociferan por las redes y los rediles.

Es decir, que esto no nace del capricho de nadie, sino todo lo contrario, nace del trabajo, la dedicación y el esfuerzo de mucha gente que seguramente no tengan ni idea, pero que hoy por hoy son los únicos que pueden demostrar su capacidad, su conocimiento y su compromiso con este patrimonio hermoso que son nuestros Jardines del Prado.

Pero hay algo que me enerva de todo esto, y es que pasará como pasó con el alcalde Pablo Tello. Cuando todo pase y se vea que el resultado es infinitamente mejor a lo que había, ninguno de estos eruditos de la mediocridad dirá nada de nada.

El Prado merece todo el respeto y la consideración de los talaveranos y no puede ser arrastrado por esos de siempre con más beneficio que oficio.

El proyecto es público y animo a todo el que tenga dudas, que lo busque, que lo estudie y que vea sus bondades y la inmensa necesidad de acometerlo cuanto antes. Por estética, pero también por seguridad, no olvidemos que un árbol podrido que se cae puede ser muy peligroso. Lo digo por si alguien está pensando encadenarse a uno.

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