viernes, 19 enero 2024
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Los engaños de la Seguridad Social

Os voy a contar una historia. La historia de muchas personas en este país, la historia de mi familia y de cómo, si las cosas te van mal, las instituciones velarán para que te vayan aún peor.

Ocurrió el 12 de octubre de 2016 en Talavera del Tajo. Me despertó un ruido extraño, una sucesión de quejidos que provenía del salón. Me levanté y fui a ver qué ocurría, y lo que me encontré me dejó helada.

Allí estaba mi padre, sentado en una silla totalmente pálido y tembloroso, sin apenas poder respirar. Le cogí del brazo para ayudarle a llegar al sofá mientras llamaba a voces a mi madre. Sin embargo, las piernas no le sostenían, así que tuve que llevarle prácticamente a rastro y subirle al sofá como pude. En cuanto llegó mi madre, llamó a la ambulancia pidiendo que por favor enviaran a un médico, que su marido se estaba muriendo. Pues bien: Llegó la ambulancia, intentaron poner una vía a mi padre sin éxito, ya que no tenía circulación en ninguna de las extremidades. Unos 15 minutos después, las personas que habían venido determinaron que sería necesario llamar a un médico. Y es que, cuando mi madre llamó al 112, por más que insistió en que mi padre estaba muy mal, en que se estaba muriendo y en que por favor, mandaran a un médico, enviaron únicamente a dos técnicos de ambulancia.

A las 10:40 llegaba mi padre al Hospital Nuestra Señora del Prado en parada cardiorrespiratoria y con un colapso multiorgánico.

A mi madre, que había ido con él, la dijeron que iban a tratar de reanimarle pero que fuera llamando a los familiares, que no había esperanza de que sobreviviera. Sin embargo, la suerte se alió con los esfuerzos del equipo médico, que unos 10 minutos después conseguía reanimar y estabilizar a mi padre, e inmediatamente después le ingresaron en la UVI. Sin embargo, cuando nos dejaron pasar a verle nos dimos cuenta de que algo no iba bien, y es que, a pesar de la palidez, mi padre iba recuperando color y temperatura por todo el cuerpo menos en una parte: la pierna derecha. Se lo hicimos saber al equipo de la UVI, tanto mi madre y yo como mis tías, pero nos dijeron que no pasaba nada, que estaba todo monitorizado y que era algo perfectamente normal. Ante nuestra insistencia, su respuesta fue dar a entender, con actitud socarrona, que cómo íbamos a saber más que ellos, que al fin y al cabo son médicos.

No fue hasta después de las 23:00 horas, durante la operación de la perforación pilórica que había sufrido mi padre, cuando la anestesista se dio cuenta de la isquemia que se le había formado en la pierna derecha. Pero, obviamente, ya era demasiado tarde. No se le podían administrar anticoagulantes, así que probaron mediante una máquina que le proporcionaba pequeñas descargas eléctricas constantes y calor, pero fue insuficiente. El día 13, a las 17:52 de la tarde, le amputaron la pierna.

El día 19 de Octubre le dieron el alta en la UVI y le trasladaron a planta, donde permaneció hasta el día 1 de diciembre, día en que le dieron el alta hospitalaria. En ese período de tiempo sufrió otras dos amputaciones en la misma pierna debido a infecciones causadas por sus propias heces, ya que no había personal suficiente como para cambiarle y asearle con la frecuencia necesaria. Por supuesto, a la pérdida de la pierna hay que añadir los daños cognitivos irreversibles que le han quedado: debido a la falta de riego presenta zonas isquémicas en el cerebro. A mi padre no le va a crecer la pierna, pero tampoco va a recuperar nunca las zonas que tiene afectadas en el cerebro.

Podría parecer que, una vez que le dieron el alta, las cosas sólo podrían ir a mejor. Pero por desgracia, no es así. Mi madre lleva todo este tiempo prácticamente a hostias con el mundo, ya que, en lugar de dar facilidades después de una experiencia tan dura y tan traumática, no han hecho más que ponernos trabas: para solicitar el grado de dependencia, para la minusvalía, para darnos una plaza de aparcamiento y una tarjeta de minusválidos…para todo. Al menos, nos quedaba el consuelo de que le había quedado una pensión que nos permitiría vivir con dignidad. O eso creíamos.

El 13 de abril de 2018 recibimos una carta en la que se nos informaba de que, debido a la supuesta variación del estado de las lesiones de mi padre, su grado pasaba a ser el de Incapacidad Permanente Total, en lugar del de Gran Invalidez que tenía concedido anteriormente, y que, por lo tanto, su pensión sería reducida a 525.16€. Mi padre no es sólo una persona incapacitada para trabajar, sino que lo es para los aspectos más básicos de su vida diaria: no camina, necesita ayuda para asearse y vestirse, tiene serios problemas cognitivos por los cuales le resulta difícil tanto entender como hacerse entender. Por tanto, no tiene ningún tipo de sentido rebajarle el grado de incapacidad y la pensión, ya que nunca va a recuperar ni la pierna, ni las zonas isquémicas cerebrales, por lo que nunca va a estar capacitado para trabajar. Hacer esto es condenarnos a la indigencia.

Además no se trata ya sólo del estado de mi padre, sino del de toda la familia. No sabemos lo que es vivir tranquilos dos días seguidos. Mi madre lo está pasando tan mal por culpa de esta situación que temo que en cualquier momento no pueda más y sufra un infarto. Mi hermana y yo tenemos las vidas totalmente rotas. Las tres necesitaríamos atención psicológica pero ni tan siquiera hemos tenido tiempo de asistir a consulta, con el consiguiente menoscabo de nuestra integridad psicológica y moral. Y me da miedo que, en algún momento, mi madre o yo reventemos, de una manera o de otra, porque no podemos más con todo esto. Nos están condenando no sólo a la pobreza, sino a una vida de sufrimiento y dolor continuo. Diría que los cuatro pero mi padre, por suerte para él, no se entera de la mitad de lo que pasa alrededor.

Ese es el motivo de que solicitemos el complemento de Gran Invalidez, ya que es el grado que realmente se ajusta al estado de mi padre, y el motivo de que, el 7 de mayo, mi madre interpusiera una reclamación previa solicitando que se llevase a cabo otra valoración física y no de oficio, con los gastos que ello conlleva sumados a la dificultad de trasladar a una persona con la movilidad tan reducida como es mi padre a una ciudad tan poco accesible como Toledo. Cuando fuimos a la revisión, a mi madre no la dejaron pasar con él. Mi padre ahora es como un vaso con un agujero en el fondo, que mientras estás echando liquido mantiene “algo” en su interior, pero si dejas de echar enseguida se queda vacío. Así es ahora su capacidad de retención. Le hablas y te contesta y a veces conversa y razona, pero al minuto le preguntas por lo que has hablado con él y ya no lo sabe. En sus circunstancias, malamente la doctora que la evaluó puede sacar una valoración certera y en menos de diez minutos.

Además de lo ya expuesto, ¿no es indignante que a mi padre, después de casi 40 años cotizando, después de dos meses en el hospital y de haber perdido una pierna y muchísima capacidad cognitiva, le quede una pensión tan mísera? Más que una pensión a una persona que ha trabajado toda su vida y que ha quedado totalmente inválida parece una limosna, totalmente insuficiente para vivir en condiciones. Es hasta ofensivo que se pretenda que la cifra de 525,16€ es justa, válida y suficiente para una persona que ha pasado su vida cotizando y que ha sufrido tantísimo como mi padre.

Queremos que esto se sepa, que se conozcan las injusticias llevadas a cabo por la Seguridad Social. Queremos que se sepa que, si presentas una reclamación previa, te suben un poco, sin llegar a la cifra inicial y correspondiente, porque saben que el siguiente paso es una demanda judicial, algo económicamente inaccesible para personas que, como nosotros, están en la miseria. No hay derecho a que se juegue así con la vida de las personas.

Nemesia del Río Pérez

1 COMENTARIO

  1. lo he contado cien mil veces , también a vosotros compañeros de Ahora, es tristísimo , no sólo por la cantidad de veces que te hacen ir a TOLEDO sino por cómo se siente de miserable y ladrón cualquier persona que haya pasado lo que llaman “tribunal médico en la capital regional ” que de tribunal tiene lo que yo de bicicleta, porque los participantes simplemente firman lo que La o El médico (casi todos nos referimos una de ellas sobre todo) describe como síntesis de nuestros padeceres , he de decir que con síndrome post-polio un 87% de discapacidad física y transtornos variados tuve que acudir a los tribunales como Nemesia cuenta . Y no sólo yo, sino decenas de persona que he conocido en las salas de espera, además a la mayoría nos han mandado a trabajar. Y sí la culpa la tiene un pasado demasiado benevolente , y casos fraudulentos como el la madre de la campanario y me parece bien que se revise a fondo pero lo que están haciendo es generalizar y criminalizar a los paciente , que bastante tenemos con nuestras enfermedades , porque ahora no las conceden y punto. y te dan , como a mí , el alta por “tener buen aspecto y discurso coherente” no se me ha olvidado todavía, y luego dicen que los pegan , eggggqueeeee hay algunos ….. por cierto si tienes la suerte de tener dinero para el juicio o la desgracia de no tenerlo y que te concedan la gratuidad jurídica , que esa es otra porque hay co-pago , no te darán la razón, solo que si vas a juicio con un 99,99% el juzgaso suele dar la razón al enfermo, porque los jueces Sí Saben Leer. y así es la vida del pobre enfermo que quiere su paguita antes de ser arrollado por la vida . y decía Toledo, porque pasé por el INSS de Cáceres y nada que ver … me trataron como enferma, sin más y sin argumentación en mi contra, no como en Toledo .

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