Disfruta de su jubilación pensado en los demás, realizando obras sociales, recogiendo comida para Cáritas y paseando su anchas espaldas por una ciudad que se mueve muy bien porque él es uno de los personajes que la han marcado. Es Manuel Garrido, conocido por todos como Manolo el de la Montearagueña, porque ha estado en este local desde que abrió sus puertas a principio de los años sesenta.
La cámara de Miguel Betis nos presenta hoy los rasgos de este personaje cargado de ilusión, que hace gala de una amabilidad infinita y que conoce a la perfección todo lo que huele a Talavera. Desde pequeño ya estaba llamado a ser uno de los mejores restauradores de la comarca y que estaba destinado a marcar una época.
Prácticamente nació detrás de una barra, creció sirviendo callos, albóndigas y bacalao en aquella Montearagueña que se estableció en la calle Trinidad. Luego este bar se convirtió en un restaurante, pero en Barrio Nuevo. Y mientras en la barra alternaba la progresía de la ciudad, los tratantes que venían al mercado de ganados y los habitantes de la comarca que acudían a Talavera para hacer sus compras, en los fogones se preparaban los mejores guisos caseros.
Manolo aprendió el arte de cocinar de Liboria, su madre, a la que aún se recuerda en esta Talavera de nuestros pecados, entre otras cosas, por los huevos a la turca que preparaba. Manolo, su padre, y su cuñado Vicente fueron un trío que siempre supo exportar el buen comer a lo largo y ancho de las tres comarcas de Talavera y lo hicieron sirviendo las bodas que cristalizaban en las diferentes poblaciones de la zona.
Más tarde, Manolo regentó ese imperio gastronómico que fue La Montearagueña, un local ideal para seguir degustando la comida casera y tapear sin reparos. Y con el paso del tiempo, Manuel Garrido se fue doctorando en otros guisos. No podemos olvidar sus asados y la forma en las que preparó las carillas de Velada, con las que fue galardonado este hombre querido por todos.
