viernes, 19 abril 2024
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El teatrillo

 

Ya terminó una nueva representación en el Congreso de los Diputados, tan lamentable como muchas otras, ante la mirada de un público cada vez más cómplice. Sucede que el Parlamento se ha convertido en una especie de actuación periódica, con más o menos fortuna por parte de los actores, de algo que se ha dado a llamar democracia. Sin embargo, nada más alejado de la realidad (en todos los sentidos).

Como si de una mala obra de teatro se tratase, en los presuntos debates parlamentarios que padecemos ocasionalmente, ya sabemos el final de la obra. Todo el mundo sabe qué va a votar semanas antes de que se inicie el trámite. Lo deciden las respectivas cúpulas de los partidos, y nadie se salta el guión. Sus señorías demuestran ser absolutamente impermeables a cualquier argumento, salvo a los ordenados por sus respectivos jefes, porque de no serlo, jamás habrían llegado a convertirse en privilegiados representantes de la soberanía popular.

Pero no acaba aquí el despropósito de semejante pantomima. Siempre me ha asombrado comprobar como los discursos iniciales (salvo tan honrosas como escasas excepciones) van totalmente por escrito. Aunque esto, y conociendo la capacidad de los susodichos, podría tener un pase; sin embargo lo que no es de recibo es que las réplicas y las contrarréplicas también vayan mecanografiadas y se lean. Se delata que están escritas y programadas de antemano. De este modo se establece una especie de diálogo de sordos, donde unos se lanzan a otros preguntas que son sistemáticamente ignoradas, y por tanto nunca respondidas. Eso si, en los titulares de prensa leeremos reiteradamente las gracietas y chascarrillos a los que son tan aficionados nuestros diputados. 

Algunos ingenuos todavía pensamos que un debate parlamentario debería ser un acto donde el intercambio de opiniones y alternativas debería conducir a una mejora de las leyes que de allí emanan. Nuestra reciente historia presuntamente democrática demuestra que no es así nunca. La férrea estructura de los partidos políticos supone un obstáculo insalvable para que pueda desarrollarse un saludable debate democrático, de modo que lo que menos se hace en el Parlamento es parlamentar.

Es decir, en la actualidad, los partidos políticos se han convertido, en función de sus rígidas estructuras piramidales de poder, en una maquinaria diseñada para evitar cualquier posibilidad de disenso. Lo llaman disciplina de voto, cuando quieren decir eliminación de cualquier atisbo de democracia. ¿Por qué sucede esto?. La respuesta es simple: porque se lo permitimos.

Las cúpulas de los partidos políticos han secuestrado la democracia porque les resulta cómodo y conveniente para sus intereses. En el actual sistema son los propios partidos quienes eligen a los representantes; el sufrido votante tan solo puede optar por unas siglas u otras…. ya se encarga el partido de elegir a los más convenientes, lo cual casi nunca coincide con los más capaces, sino con los más afines. El mérito más valorado para prosperar dentro de un partido político es la lealtad incondicional al líder. No se valora ni la capacidad ni la inteligencia, es más, estos son dos aspectos negativos en el currículo de cualquier aspirante a legítimo representante de la voluntad popular.

Y mientras, la ciudadanía, asistimos, sin capacidad de interactuar, a representaciones parlamentarias cada vez más bochornosas y alejadas de nuestros problemas reales y cotidianos. El pernicioso círculo vicioso se cierra cuando se invierte el natural devenir de los problemas. O sea, que dichos problemas se deberían transmitir desde el pueblo a sus representantes para buscar la mejor solución; sin embargo lo que finalmente sucede es que los problemas de los partidos acaban por llegar a la ciudadanía.

Podemos supuso una aparente inyección de aire fresco a este viciado sistema, sin embargo, el tiempo demostró que pronto la novel formación se deslizó por la confortable pendiente de una estructura de partido tradicional. Se dio una mano de barniz a la vieja pirámide en forma de primarias diseñadas para cumplir la voluntad del líder. Fue un intento fallido de renovación, y es muy posible que se tarden décadas en poder afrontar otro de similar envergadura.

La pregunta que naturalmente surge a continuación es: ¿Hay alguna alternativa a todo esto?. Sigo en mi ingenuidad y pienso que la respuesta es afirmativa, aunque hay un grave problema y es que ésta debe partir desde nuestra anestesiada sociedad, porque obviamente, los partidos políticos beneficiarios del actual estado de cosas no van a mover ni un solo dedo para cambiar una situación tan beneficiosa para sus intereses.

En este sentido, quizá deberíamos dirigir nuestra mirada hacia sistemas que funcionan desde hace tiempo bajo otros parámetros, me refiero a sistemas parlamentarios como los anglosajones, donde los representantes son elegidos directamente en circunscripciones electorales. Por tanto, dichos diputados y senadores dependen más de sus votantes que del partido que los ha elegido. De ese modo, vemos como laboristas votan con conservadores o republicanos que rechazan las directrices de su partido y puntualmente votan opciones demócratas. Algo que aquí nos parece ciencia ficción. Es cierto que esos sistemas tienen algunos defectos, como es la eliminación de representación de opciones minoritarias, aunque esto sería subsanable por algún mecanismo de compensación que reservase algunos representantes a dichas alternativas.

En cualquier caso, cada vez estoy más convencido de que la implantación de un sistema de representación territorial donde cada diputado ha de ganarse su asiento en su circunscripción y no en las oficinas de su partido nos aportaría grandes ventajas sobre el defectuoso sistema actual… Ahora bien, la reclamación es evidente que tiene que partir de la sociedad….y ahí está el eslabón débil de la cadena.

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