martes, 23 enero 2024
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El barrio de mi casa

Cualquiera de nosotros, usted mismo, adquiere o alquila una vivienda y se muda. Comprobará que una casa vacía es un lugar inhóspito, más grande por dentro que por fuera, pero lleno de ilusiones y posibilidades. Y se dará cuenta, con el tiempo, que los hogares no se llenan con objetos sino con vivencias. La casa propia se convierte, poco a poco, como si fuera un animal en crecimiento, en una extensión de nuestros hábitos y costumbres. Es un reflejo de nuestra personalidad, y como tal la mostramos a las visitas. Y del mismo modo, curioseamos en las ajenas.

¿Y qué me dice del barrio en el que está? Seguro que usted se lo imagina con aceras anchas y bajos llenos de comercio. Árboles frondosos y caducos. No lejos, un parque. Tres esquinas más allá, el bar de siempre. En el camino hacia la frutería en la que compra se encuentra con sus conocidos. ¿Se ha parado a pensar en que la mayoría de las cosas interesantes que nos pasan, se hacen fuera de nuestro hogar? El umbral de una vivienda no es un abismo hacia el exterior. Y, sin embargo, no pocas veces vemos cómo el cuidado y esmero que depositamos de puertas para adentro no se refleja en lo comunitario.

No puedo evitar que al pasear por Talavera los espacios públicos se me antojen completamente abandonados. Cantidad de calles de poco más de 5 metros con edificios ajenos de 15 metros de altura, y ni un solo bajo comercial. Poca o ninguna actividad. Parques y plazas con un descuidado tratamiento. Lo que una vez fue un banco, ahora destrozado, lleva meses esperando repararse. Nadie se ocupa de limpiar esa fachada infestada de murgaños. Es como si la gente de Talavera solo viviera de puertas para adentro. Es como si ya nadie viviera en las calles, como si ya no quedaran barrios.

Pero no le quepa duda, un barrio no es una cosa de los demás. Un barrio, nuestro barrio, tiene la identidad propia de quienes lo habitan. Al igual que las casas lo hacen con sus dueños, los barrios definen a la comunidad. Y por agrupación de barrios, a una ciudad. No podemos renegar de ellos, pues son tan propios como su salita de estar. La calle puede convertirse en la estancia más grande de su casa. No nos queda alternativa: debemos volver a habitar los barrios.

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