domingo, 14 enero 2024
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La iglesia de Santa Catalina: el glorioso renacer de su pasado

El próximo sábado 17 de marzo tendrá lugar la apertura de uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Se trata de la iglesia de Santa Catalina -mal conocida popularmente como San Prudencio- un destacado elemento del patrimonio cultural talaverano que sobresale en el skyline del cuerpo de la villa. Más allá del encomiable trabajo de rehabilitación liderado por la Fundación Aguirre, creemos interesante ofrecer una reseña histórica del inmueble para iniciar a los curiosos y profanos visitantes, con el fin de ofrecer luz sobre este símbolo del renacimiento en Talavera.

La fundación del complejo monástico de los jerónimos se remonta a tiempos del prelado Pedro Tenorio (1377-1399). El arzobispo intentó que los canónigos de la Colegial vivieran de modo claustral para que abandonaran la vida llena de bondades que disfrutaban. Así lo reseña Juan Ruiz, más conocido como el Arcipreste de Hita, en su ‘Cantiga de los Clérigos’ de su inmortal obra ‘El libro del buen amor’.

Puerta del Serafín

Una vez finalizado el edificio primigenio, el prelado tomó la decisión de que el monasterio estuviera bajo la Orden de San Jerónimo. Así pues, bajo la advocación de la mártir Santa Catalina, en 1397 los monjes se instalaron en su nuevo hogar. De este periodo se han conservado algunos elementos arquitectónicos, tal es el caso de varios espacios localizados en la plaza arzobispo Tenorio, donde se encuentra el acceso original del complejo monástico conocido como Puerta del Serafín, cuyo arco ojival es característico del estilo gótico. También se conservan restos del claustro, actual patio de los artesanos, donde aún pueden verse trazas de la arquitectura gótico-mudéjar realizada en ladrillo.

De centurias posteriores, se mantiene parcialmente en pie el claustro meridional, erróneamente conocido como ‘Casa de los canónigos’, construido durante el primer tercio del siglo XVI y ampliado durante el XVIII. A grandes rasgos, se compone de tres pisos de arcadas de arcos rebajados y a carpanel. Sus cubiertas son a dos aguas y en su zona inferior, aún conservan enormes bodegas-cuevas realizadas en bóvedas de ladrillo.

Púlpito con restos pictóricos dorados antes de su restauración

La iglesia es el inmueble más singular, cuya primitiva obra mudéjar de finales del siglo XIV fue ampliada durante la segunda mitad del siglo XV. Sin embargo, el monumental edificio que hoy contemplamos tiene su origen en 1549, cuyas obras se fueron prolongando hasta 1620. Se trata de una construcción donde predomina una imponente sillería de granito, donde imperan caracteres propios del renacimiento.

El templo tiene una nave cubierta por bóveda de cañón con arcos fajones que descargan en pilastras. El presente tramo ha sufrido interesantes modificaciones tras la rehabilitación como la eliminación de fingidos que imitaban el granito, lo que otorga más luminosidad y ha permitido el hallazgo de pinturas murales en varias localizaciones. De igual modo, se han documentado accesos que se encontraban cegados y bajo revocos posteriores.

La cabecera presenta un ábside rematado en su zona superior por una gran venera monumental. Destacan los arcos de medio punto del crucero, cuyo intradós está decorado por casetones con rosetas inscritas. Las pechinas que soportan la cúpula alojan relieves de los cuatro evangelistas y asociados a ellos, entre las pilastras de la cúpula, encontramos a los cuatro padres de la iglesia: San Jerónimo, San Agustín, San Ambrosio y San Gregorio Magno.

La capilla mayor aloja actualmente un retablo barroco con sus característicos frontones segmentados, contiene dos cuadros de temas ignacianos que fueron instalados durante la ocupación jesuítica del templo. A los pies, se encuentra el coro sobre una bóveda rebajada que se extiende por los laterales de la nave hasta el crucero con una balaustrada de madera.

Vista desde el coro antes y después de la restauración

Otros elementos arquitectónicos de interés son la cúpula octogonal realizada en sillería moldurada que aloja la sacristía, la escalera volada del maestro Guerra (1551) o la escalera helicoidal que da acceso a la terraza superior del inmueble.

En el exterior destaca la mitad oriental del edificio, simulando el puente de un enorme galeón, símbolo inequívoco de la iglesia como barco de San Pedro. Se distinguen dos cuerpos superpuestos decorados con pilastras jónicas y corintias, ambos separados por un friso moldurado con volutas a modo de olas. Las cornisas están rematadas por balaustradas de granito con bolas y elementos piramidales. Por su parte, los desagües localizados en el ábside emulan los cañones de citado galeón. Otros elementos decorativos destacados son el escudo heráldico de Pedro Tenorio, con el característico león rampante, la rueda de martirio de Santa Catalina o los ventanales ovalados. Corona la obra un cimborrio octogonal que aguarda la cúpula del templo.

Escalera volada y sacristía antes de la restauración

A finales del siglo XIX el convento fue ocupado por los Jesuitas para establecer en él la Compañía su Escuela Apostólica de San Jerónimo. Como ya se ha mencionado, el inmueble fue parcialmente reformado con pinturas, etc. En 1903 una comunidad de agustinos calzados se establecieron un colegio. Posteriormente, en cumplimiento de los deseos de Teresa de la Llave y Jacinto Aguirre, que era el de crear un asilo para niños huérfanos denominado San Prudencio, la iglesia de Santa Catalina pasó a formar parte de la Fundación que se creó al efecto.

Y de este modo, tras varias décadas sumida en el abandono, la iglesia ha sido rehabilitada, no sin esfuerzo, y esperamos que se convierta en otro atractivo que se sume a la oferta turística de la ciudad. Qué mejor lugar que contemplar el Tajo desde las hermosas vistas del conocido “balcón de la reina” que atesora Santa Catalina. Esto es sólo una parte, hay más por descubrir y contar, para ello os propongo visitar esta joya talaverana, pero eso es otra historia…vuestra historia.

Vista de la zona oriental exterior del edificio con la nueva iluminación

Sergio de la Llave Muñoz es investigador de la Fundación Tagus

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