jueves, 25 abril 2024
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Megalomachismos frente a micromachismos

“We learned more
from a three-minute record
than we ever learned in school”
B. Springsteen, ‘No surrender’.

En mi adolescencia escuchaba continuamente a Bruce Springsteen, y obviamente intentaba imitar su forma de vestir, su forma de moverse, y su forma de actuar. También por aquella época, mi referencia en las relaciones con el sexo opuesto provenían en gran parte de Grease. El paso del tiempo, y quizá también la madurez, me han hecho ver que las cosas no siempre son así. Quizá en eso consista hacerse adulto. Pero lo que no sé, es cuantas de aquellas ideas y sentimientos han quedado grabados en mi disco duro y a fecha de hoy todavía constituyen un aspecto importante en mis patrones de comportamiento.

Meditaba recientemente sobre esto cuando el otro día, en un restaurante de esos que están llenos de pantallas de televisión, se proyectaban sin sonido (por fortuna) continuamente vídeos de música actual. En casi todos ellos el patrón de los protagonistas era muy similar: mujeres con poca ropa y anatomías exuberantes danzan de manera muy explícitamente provocativa, y con una poco disimulada actitud sexual alrededor de varones más bien displicentes.

El patrón de comportamiento es obvio: la mujer tiene que ser guapa, sexy y provocar la atención del macho. La relación de dominio de un sexo sobre otro queda indudablemente subrayada: Así son las cosas divertidas, y así deben de ser.

La comparación es evidente, y la pregunta instantánea: ¿Cómo de permeables son nuestros adolescentes a este mensaje con el que se ven bombardeados?, ¿cuánto de ese mensaje se graba indeleblemente en su ADN?.

Cualquiera de estos vídeos del artista de moda en cuestión es una herramienta generadora de comportamientos en el adolescente infinitamente más poderosa que miles de campañas publicitarias promovidas por ayuntamientos, ministerios o cualquier otra institución y organización. Algo similar sucede desde programas de televisión promotores de relaciones machistas, series para adolescentes en las que se perpetúan este tipo de relaciones de dominio y películas que adoptan una estética similar.

Al igual que yo imitaba al Boss, o pensaba que para ganarme el cariño de una chica debía ser el más fuerte y rápido en las carreras de coches, los adolescentes actuales se empapan de estos clichés y asumen que esa es la normalidad de una relación de pareja: Una parte domina claramente a la otra.

Dar la espalda a esta realidad y obviarla nos conduce irremediablemente al fracaso en cualquier política que promueva la igualdad. Es más cierta que nunca la cita del comienzo: un disco de 3 minutos nos enseña más que cualquier experiencia en el colegio (y es ampliable a la familia, amigos, etc).

Soy consciente de que ante un problema como el machismo, y por extensión como la violencia de género, no existe un único factor involucrado, ni por supuesto una solución sencilla. Sin embargo, también soy consciente de que si no se aborda eficazmente la raíz del problema, su solución es imposible. Y creo que esa raíz depende fundamentalmente de la idea de dominio de un sexo sobre otro, y de una relación entre ambos de carácter tóxico. Esas terribles ideas de “la maté porque era mía”, o de “conmigo o con nadie”, que son transmitidas alto y claro desde todos estos lugares tan influyentes en la mente de un adolescente. El macho adopta su posición de dominio sobre una hembra que se somete a sus necesidades y que acepta gustosa el papel que debe desempeñar.

Invito al lector a hacer el mismo ejercicio que yo hice y recordar cómo influían sobre su comportamiento la música que escuchaba y las películas que veía en su adolescencia, y como de profundamente han quedado grabadas en su cerebro.

Por eso, en muchas ocasiones asisto atónito a la importancia que se dan a cosas pequeñas, que no dejan de ser las ramas más periféricas del árbol del machismo. La cantidad de esfuerzos que se dedican a revertir ciertas manifestaciones del dominio de un sexo sobre el otro, por ejemplo frente a los denominados micromachismos. Las intenciones son buenas, pero probablemente la diana esté equivocada. Si queremos que este horrible árbol se seque, no debemos actuar sobre sus hojas más visibles. Se debe actuar sobre la raíz, de lo contrario volverá a brotar.

He de reconocer que desconozco cómo se puede actuar contra una industria tan poderosa como la de la música, el cine y la televisión. Estoy convencido de que las prohibiciones en la era de internet no sirven para nada. Es más, creo que son absolutamente contraproducentes.

Es por esto, que creo que el juego se debe realizar en el mismo terreno de juego del enemigo. Un ejemplo fabuloso de esto es el sensacional vídeo de Aldara Filgueiras “cosas de chicos” en el que se ridiculizan brutalmente los tópicos del machismo, y se pone de manifiesto lo absurdo de los bailes de los que hablábamos más arriba. Invito a quien me lea a que lo vea (pinchando aquí).

Si desde las instituciones, con todo su potencial económico y de difusión se pelease de esta manera, probablemente muchas cosas cambiarían desde la raíz del machismo y no sería necesario dedicar tantos esfuerzos ni tantos recursos a la lucha contra el machismo y la violencia de género.

Aunque hay veces que pienso que gracias a la ineficacia de las medidas adoptadas hay mucha gente que lleva un sueldo a casa a final de mes, y entonces me deprimo….

 

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