sábado, 20 abril 2024
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Nos cuentan que son gigantes… y les creemos, aunque veamos molinos

Quizá el pensamiento crítico, ese que nos permite hacer una análisis profundo de la realidad, constituye una de las atrofias más graves de la sociedad de este siglo XXI. Dicha atrofia está convenientemente fomentada desde los centros de poder y transmitida con singular eficacia desde los medios de comunicación, controlados, desde el punto de vista financiero, precisamente por aquellos grupos que más se benefician de una sociedad anestesiada que ha perdido la capacidad de análisis crítico de la realidad que nos rodea.

Probablemente con un par de ejemplos, pueda ser capaz de explicar mejor esta idea que pretende manifestar la incongruencia entre la realidad que padecemos y los mensajes que se nos transmiten, y que en muchas ocasiones nos convencen de que lo que vemos son gigantes y no molinos.

El primero de ellos es esa tesis tan neoliberal de que los beneficios del sistema financiero se transmiten de manera casi automática a la sociedad; o sea, que si a los bancos (y sobre todo a los banqueros) les va bien en sus negocios, tarde o temprano nos irá bien a todos. Basta una somera mirada hacia atrás, desde que empezó la crisis, para darnos cuenta de que este concepto ha sido implacablemente aplicado a todos los niveles de gestión pública occidental. La prioridad de los rescates ha sido la banca. Esos rescates no son, ni más ni menos, que ingentes cantidades de dinero público que ha habido que extraer del bolsillo de cada contribuyente.

Desde los gobiernos, y a través de casi todos los medios de comunicación, se filtra una perniciosa idea: el sacrificio de derechos en el altar de los banqueros tendrá su recompensa. Además, se transmite una especie de fatalismo por el que se convence a amplios estratos sociales de que no existe alternativa.

De este modo, el rescate de la banca que originalmente nos dijeron que no nos costaría un euro, nos sale por más de 60.000 millones; Bankia absorbe BMN, y eso nos cuesta otros 1.100 millones de euros, y luego se nos cuenta que como van a vender la antigua Caja Madrid, pues se va a recuperar esa pasta. De nuevo vacías promesas. Mientras tanto, asistimos atónitos a la compra del Banco Popular por la módica cantidad de un euro. Nos cuentan que no hay alternativa posible, ni siquiera se admite la posibilidad de que Bankia constituya el embrión de una Banca Pública. Se traza el camino de su privatización y de su venta a aquellos que dirigen lobbies, y otras asociaciones de poder (de chantaje, diría yo), cuando gracias al esfuerzo de toda la sociedad la entidad presente perspectivas de ofrecer beneficios a los futuros dueños.

Las cuentas de beneficios de la Banca y de sus banqueros mejora a un ritmo que no se corresponde en absoluto con el de la recuperación de los derechos sociales perdidos, mientras se sigue vaciando la hucha de las pensiones a un ritmo obviamente insostenible. No habrá dinero para pensiones; pero si lo hay para rescatar la irresponsable gestión de una casta financiera que ya se encuentra en disposición de repetir sus andanzas con la complicidad de una casta política encantada con las puertas giratorias.

Una sociedad con un mínimo de pensamiento crítico no toleraría estas cosas, pues sería capaz de percatarse de la jugada y de resistirse a participar desde su actual pasividad como cómplice. Por eso, una ciudadanía crítica es su enemigo….

El segundo ejemplo que ilustra mi tesis es mucho más cercano, y refleja perfectamente cómo desde el poder se nos logra convencer de que cosas que son obviamente perjudiciales para nosotros, pues resultan más que convenientes. Y lo aceptamos sin más.

Desde muchos lugares se nos habla de las inmensas virtudes de eso que llaman descentralización de la administración, que no quiere decir ni más ni menos que servicios fundamentales como la educación, la sanidad, etc multiplican por 17 su maquinaria administrativa y burocrática provocando en infinidad de ocasiones disparatadas consecuencias; que de no tratarse de cuestiones tan importantes, podría resultar hasta cómico. La ciudadanía asumimos fielmente el concepto que se nos transmite y nos lanzamos tan feliz como irresponsablemente a descentralizar administraciones públicas.

Pero luego toca enfrentarse a la realidad. Por ejemplo, en la gestión de los recursos sanitarios. No existe mayor barbaridad en la gestión de dichos recursos que la actual administración autonómica de los mismos. Me explico: En la actualidad existe una clara asimetría de los mencionados recursos, es natural, pues no se puede tener de todo en todas partes. De este modo, un madrileño que viva al lado de un hospital como la Paz, o un barcelonés al lado de Vall d´Hebron tiene fácil y rápido acceso a todas y cada una de las más actuales técnicas diagnósticas y terapéuticas existentes; mientras que otro ciudadano, que paga los mismos impuestos, que vive cerca de un hospital comarcal, no. Es más, determinadas Comunidades Autónomas, por un puro motivo de tamaño, no pueden disponer de algunos recursos. Y como además, se han establecido una serie de mecanismos de competencia entre centros hospitalarios y comunidades autónomas, los pacientes que requieren de determinados servicios tienen muy complicado el acceso a los mismos, y se enfrentan a una maquinaria burocrática y administrativa terriblemente compleja, y en muchas ocasiones deliberadamente ineficaz. La ausencia de un plan de gestión y de una conveniente planificación  resulta clamorosa, y por ejemplo se manifiesta en la compra de carísimos equipamientos con el único motivo de que la comunidad vecina los tiene y de que el consejero de turno necesita hacerse una foto; de modo que incrementan el déficit sanitario hasta convertir el Sistema Público de Salud en algo insostenible.

Mientras que esta es la realidad a la que se enfrentan muchas personas en nuestro país, la crítica al modelo de gestión autonómica se ha convertido poco menos que en un pecado mortal contra no sé que beneficios de la descentralización. La realidad se opone de nuevo a la teoría; y por desgracia, gana la segunda.

La solución a esta ausencia de pensamiento crítica en la sociedad no es sencilla, pues ha de nacer de un modelo de educación que desde hace demasiado tiempo penaliza de manera consciente y organizada dicha forma de pensar; ha de partir desde unos medios de comunicación encantados con receptores que digieren alegremente cualquier consigna convenientemente aderezada, y debe ser fomentada desde una clase política y dirigente que mantiene muchos de sus privilegios gracias a una ciudadanía anestesiada hasta el límite de la consciencia.

Es decir, que cuando veamos que son molinos, lo gritemos alto y claro; y no nos dejemos convencer de que son bellos gigantes…. No parece tan complicado….¿o si?

 

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